lunes, 29 de enero de 2007

La hoguera de las vanidades

Lo mejor de "La Hoguera de las Vanidades" no es el retrato de esa sociedad americana de la era Reagan, ni es la adicción que provoca su trama, ni siquiera lo es la prosa ágil de Tom Wolfe. Lo mejor es esa precisa descripción del concepto de culpa, y de cómo asumirla. Ahí es donde se demuestra lo buena que es la novela. La historia del yuppie de Wall Street Sherman McCoy, que por avatares varios se ve envuelto en un atropello en pleno Bronx, y de lo que ello aconteció no es que sea un punto de partida para llegar a un mensaje moral sobre crimen y castigo. Sin embargo, me hizo reflexionar al respecto.

Sabéis ese momento, ese instante en el que te das cuenta de que la has cagado? De que la has cagado gravemente, y que además, ya no hay vuelta atrás. No importa de si hablamos de un problema conyugal, de un encontronazo con la ley o de un accidente con el coche. Me refiero a ese segundo en el que todo se mezcla de golpe, miedo, angustia, rabia, impotencia, vergüenza... luego nuestra racionalidad nos lleva a tratar de relativizar el problema, tratar de resolverlo, o de huir, o de echarle la culpa a otro (ser o circunstancia). Pero por unos momentos, más o menos largos, en función de la personalidad, te empequeñeces, y como mucho, queda el recurso estúpido del llanto, que no vale de nada. Eso es lo que se describe perfectamente en el libro. La he cagado. No puedo volver atrás. ¿Qué hago ahora? Yo no quería. Fue un error. No sabía que podía acabar así. Etcétera, etcétera.

El que no lo haya leído, que no se piense que se trata de un libro de corte dramático o trascendental. Al contrario, tiene un ácido sentido del humor, pero su trasfondo, si se busca, y yo soy un rato rebuscado, da qué pensar. Cierto es, no obstante, que 800 páginas me parecen excesivas para la historia de Sherman McCoy, el vicefiscal Kramer y el pobre desgraciado de Henry Lamb. Que a veces Tom Wolfe se pierde en algunos detalles que se me antojan intrascendentes. Lo que se perdona porque la historia, como dije, engancha, y al final lo que te apetece es saber qué acaba pasando.


Será un Brian DePalma bueno o será de los malos?

Brian dePalma llevó al cine esta historia, en 1990, con Tom Hanks como Sherman McCoy, Melanie Griffith y Bruce Willis. Con Brian dePalma nunca se sabe, pero supongo que acabaré por verla.

Canciones:

The Walker Brothers: "The sun ain't gonna shine anymore"
Del Shannon: "Runaway"
QOTSA: "Little Sister"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La hoguera de las vanidades, es una película genial, pero hay algo que no entiendo acerca de –precisamente- el título, es decir, ¿Qué viene a querer decir “vanidades”? ya se que vanidoso es algo así como egoísta, o… narcisista… ¿la hoguera de las vanidades viene a ser algo como eso? ¿La hoguera de los narcisismos? ¿Y por donde apunta en el resto de la peli? ¿Va por el lado de que los personajes pierden su egoísmo durante la trama? ¿O mas bien por el otro lado de la palabra vanidad? Cuando uno habla de la forma de vida tan suntuosa y artificial en la que están sumergidos… No se si se entiende lo que quiero preguntar, pero es que tanto el título de la peli, como la peli en si, me parecen fascinantes, los actores, todo, pero con mis 17 años y mi poca dedicación a los estudios –reconozco- no tengo el nivel cultural que necesito para deducirlo por mi cuenta –o tal vez es que soy demasiado cómoda para ponerme a analizarlo- en cualquier caso, perdon porque me metí en tu blog!

kar dijo...

perdón??? si escribo un blog es para que la gente (tal vez alguien como tú) se meta... si no, escribiría en una libretita en mi casa, que solo leería yo, no crees? por favor, no me trates de usted, aunque tenga 10 años más que tú, me hace sentir viejuno. No puedo darte una respuesta, porque yo creo que los libros, discos, las obras en definitiva son lo que uno quiera ver en ellos. Probablemente sea lo que apuntas, pero claro, la peli no la he visto.

Anónimo dijo...

Acabo de leer esta novela, más de 20 años después de su publicación y me ha parecido excepcional.
La sociedad materialista, ambiciosa y de escaparate que describe me recuerda a mis amigos americanos. Todos ellos son buena gente, no dudarían ni un segundo en echarte un cable si lo necesitas, pero se empeñan en cuantificar todos y cada uno de los aspectos de su vida. Cuantos polvos esta semana, cuanto han durado, cuantas películas, a cuanto ascendió la cuenta del último restaurante dónde cené.
La cantidad siempre por encima de la calidad. La admiración de los demás antes que el disfrute propio. ¿No pensais que la evolución de la sociedad española sigue el mismo camino? Nos quemaremos en la hoguera de nuestras vanidades...