jueves, 22 de febrero de 2007

Madriz me mata

Veinticinco y sesenta y nueve. Las bodas de plata y el amor. Eso es lo que ha gritado el tipo que quería vender lotería en el bar donde estaba cenando esta noche, anunciando los números en los que finalizaban los décimos que tenía hoy. Me han dado ganas de comprarle un número y todo. Mi hotel del Paseo de la Florida de Madrid es viejo y cutre, de esa cutrez hispánica que Joan Clos y su cuadrilla se empeñaron en hacer desaparecer de Barcelona. Y aunque viendo el tugurio, no me parece lo más recomendable para ninguna ciudad, hacer de mi ciudad un parque temático para turistas que vienen un día, desde Lloret, no me parece mejor opción.

Bar, hotel y vendedor de lotería tienen ese barniz añejo, como si los 30 años que nos separan de los setenta no hubieran pasado nunca. Como nota definitoria de la habitación, decir que tiene uno de esos teléfonos de disco giratorio de sobremesa, en color gris verdoso que Telefónica suministraba hace años. Frente a mi ventana, un centro comercial de estos modernos suponen la única pátina de modernidad, de siglo XXI de esta zona.

Lo de los centros comerciales no me acaba de gustar. Efectivamente, son muy cómodos cuando de comprar algo se trata, que por otra parte, no deja de ser su finalidad inicial, aunque haya quien haga de visitas a los mismos una forma de vida. Efectivamente, una camisa, unas gafas de sol o una cámara de fotos, cualquier cosa puedes encontrar en estos sitios donde ni siquiera has de pagar para aparcar. Sin embargo, para estos menesteres prefiero encontrarme con cualquier eje comercial de cualquier ciudad. No sé exactamente por qué, cuando en definitiva, cosas del canibalismo capitalista, las cadenas de tiendas son todas las mismas, sea en calle o en centro. Pero aún así hay algo que los diferencia. Supongo que en el fondo, siempre hay matices y la oportunidad de darte de bruces con algún sitio especial, de esos que se inauguraron muchos años atrás. Y la gente, hacia arriba y hacia abajo, los que pretenden comprar y los que están de paso, fastidiados por encontrarse en eso, en una suerte de paso de semana santa, cofrades del escaparate, a los que sortear.

Podía haber sido mejor


Si quieres conocer la ciudad y las personas, viaja en metro. Algo similar le decía el personaje de Al Pacino al de Keanu Reeves en la película “Pactar con el Diablo”, película que, por cierto, tenía un inicio muy interesante, aunque luego se perdía y su desenlace final era más cómico que otra cosa. No dejaba de tener razón el tío Pacino. Los transportes públicos son un coñazo y la antítesis de lo que significa la comodidad, pero, sobretodo si no se tiene prisa, están bien para enchufarse el ipod y, escondido tras ese estúpido parapeto musical, mirar a la gente a tu alrededor. Y definitivamente, el transporte público te enseña mucho más de una ciudad y de sus habitantes que muchas de las rutas turísticas. Eso sí, cuando se han de tomar por obligación y rutinariamente, son capaces de despertar los (mis) instintos más violentos. Y si no, que se lo pregunten a los usuarios de cercanías de RENFE.

Buenas noches, y buena suerte.

Canciones:

Pixies: “My Velouria”
Urge Overkill: “Dropout”
The Darkness: “One way ticket to hell”

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Viajar en transporte público tiene su qué, sobretodo si no tienes prisa.

Aunque ir en metro me parece de lo más soso del mundo, ir en bus o tren (de cercanías y bordeando la costa, a ser posible) invita a la observación-reflexión-meditación. Me gusta, la verdad, y como ex-usuario del transporte público, al que acudo si no queda más remedio, un poco de menos sí que lo echo.

Será porque, en el fondo, no encuentro tantas diferencias entre el tipo que tengo sentado delante y yo.

DumDumBoy dijo...

Qué gran canción My Velouria, me apunto escribir una entrada sobre los Pixies. (y otra sobre mi recien adquirida adquisición: Una semana en el motor de un autobús)

Anónimo dijo...

Ja, ja, considerar el 69 como número del amor es hacer una interpretación bastante particular.
De todos modos, creo que yo en tu lugar hubiera picado y hubiera comprado un billete de lotería, más que nada por la labor de marketing y publicidad del vendedor.

La profesora del Taller el primer día nos dijo que era recomendable, si es que no lo hacíamos ya, que nos fijaramos en la gente con la que nos cruzaramos en el autobus, o en el metro, o en el trayecto a pie al trabajo o a casa. Que miráramos como caminan, hablan y se mueven, su aspecto...ejercicios de observación que por cierto son muy interesantes.

kar dijo...

ves? a eso me refiero, Dracma... no es que me mole mirar el paisaje desde el autobús, lo que me parece interesante es fijarme en la marabunta que está incrustada el él (y de la que formo parte en esos momentos)

Espero esa entrada pixiana, Dumdumboy!