Como
hacía tanto tiempo que no me asomaba a estas páginas, he hecho
muchos viajes sin haber dado cuenta de ellos por aquí. Y lo haré, a
su debido tiempo, porque sé que en el fondo os gusta esta tontiguía
Lonely Planet para viajeros tarados. Pero ahora toca uno de los
últimos que hice, hace apenas unos días, a Polonia, y más
concretamente, a Varsovia, como bien reza el título de la entrada,
que se me ha ocurrido en un alarde de originalidad, al más puro
estilo Asterix (Asterix en Hispania, Asterix en Bélgica, Asterix en
La India, etc…).
Una
vez más, fueron circunstancias laborales las que me llevaron a
Polonia. Así que allí estaba vuestro buen amigo Kar, pegándose el
madrugón de su vida, para viajar, vía Munich, a Varsovia. O lo que
es lo mismo, de El Prat a el aeropuerto Franz Josef Strauss, y de
éste, al aeropuerto Frédéric Chopin. Que digo yo, al aeropuerto de
Barcelona podrían llamarle, siguiendo el ejemplo, Aeropuerto Albert
Pla, o Aeropuerto Raphael.
Y
como quiera que no me voy a parar en detallar las circunstancias
laborales que me llevaron la mayor parte de los 5 días que por ahí
estuve, la cosa se reduce a poco tiempo. Afortunadamente tenía el
hotel bastante céntrico, y podía caminar tranquilamente a muchos
sitios, comenzando por el centro histórico de la ciudad, que, lo
digo aquí y ahora, es lo único que realmente vale la pena. En un
paseíto no excesivamente largo me plantaba en la zona céntrica,
eminentemente peatonal. Se trata de un área con ese estilo de ciudad
centroeuropea, pero que nadie se lleve a engaño: la mayoría es
reconstruido… intentando mantener el encanto, sí, pero
reconstruido, ya que la ciudad quedó derruida tras la Segunda Guerra
Mundial.
Reconozco que me encanta la aplicación Instagram del iPhone!! Centro de la ciudad.
Mi
contacto en el país era una señora polaca con una manera demasiado
seca, directa, casi borde de decir las cosas, por lo menos en inglés.
Lo atribuyo, por lo menos, a la incomodidad en esa lengua. De todas
formas, desde fuera, y para un extranjero como yo, el polaco es un
tipo que parece estar permanentemente cabreado. Es esa particular
sonoridad del idioma, supongo. Se trata, por supuesto, una visión
simplista, sencillamente, una sensación que tenía.
En
la ciudad, pocos vestigios previos a la guerra quedan. Por ejemplo,
del clásico y mencionadísimo Ghetto Judío de Varsovia no queda
nada. Fue arrasado, y en su lugar, se construyeron bloques de pisos,
en lo que es una constante en gran parte de la ciudad, el típico
bloque de las ciudades comunistas, feo y gris. Por otro lado, la zona
más de negocios de la ciudad cambia esa constante gris por la
frialdad de grandes edificios de oficinas y hoteles, que contrastan
con los bloques comunistas y con ese tranvía que atraviesa las
calles y retrotrae, automáticamente, a 30 años atrás. Y de fondo
destaca el Palacio de la Cultura y la Ciencia, joya del progreso
comunista, un regalo de la URSS, también conocido como el Palacio
Stalin. Altísimo, el más alto del país y de los edificios más
altos de Europa, es interesante para verlo iluminado cuando cae la
noche.
El Palacio Stalin (una vez más, instagrameado)
No
deja de resultar curioso que en un país con el comunismo tan
reciente, tengan el catolicismo tan enraizado. Varsovia es una ciudad
con muchísimas iglesias, a cada esquina, y con constantes
referencias, fotos y recuerdos al dichoso papa Wojtyla, una especie
de héroe nacional, a la altura de Messi o Axl Rose para ellos. No
quiero olvidarme de mencionar lo guapas, en general, que son las
chicas de Varsovia.
Y
llegado a este punto, me permitiréis una confesión. Yo soy un tipo
ruín y poco dado a la sociabilidad. Por eso siempre encuentro
incómoda, en mis viajes, la típica situación de cuando tu
anfitrión se ve, de algún modo, forzado a sacarte a cenar. Por un
lado, se agradece, más que nada porque te llevan un buen sitio, te
muestran algo interesante del lugar donde estás, te explican cosas…
por otro lado, yo suelo disfrutar más acabando mi jornada y yéndome
sólo a pasear, a callejear, a ver lo que me apetece cuando me
apetece, acertando a veces, otras veces no. Entendedme, en esta clase
de “eventos sociales”, compartes mesa y mantel con tipos con los
que, al final, acabas charlando de trabajo, por lo menos en el
ochenta por ciento de las ocasiones. Y claro, después de todo el día
de trabajo, lo último que me apetece es alargarlo a la noche. Lo
doy, sin embargo, como algo más o menos inevitable y que trato de
disfrutar como puedo. Pero siempre a regañadientes, lo reconozco:
soy así de rancio.
Aunque pueda parecerlo, no hacía de stalker de esa pareja.
En
esta ocasión iba yo con mi contacto, la polaca que mencionaba
anteriormente. Y con tres tipos más, dos de ellos ex militares. Me
llevaron a un restaurante en la zona de los bloques comunistas, una
especie de restaurante turístico temático basado en el pasado
comunista pro soviético del país, llamado algo así como “La
Taberna del Cerdo Rojo”, donde un “cerdo rojo” era, en argot,
un colaboracionista del régimen. La comida es bastante pesada,
basada, principalmente en carnes, y con los entrantes, me traen un
vaso, del tamaño, digamos, de un vaso-envase de Nocilla, lleno con
un líquido transparente muy frío que acaba siendo lo que
sospechaba: vodka. Aquí el vodka y los las bebidas de muchísima
graduación están a la orden del día. Y yo, que soy hombre de pocos
alcoholes, vamos, que no soy Keith Richards, precisamente, le pego un
sorbito de vieja, de compromiso. Ellos me miran, riéndose, y me
dicen que no, que eso se bebe de dos tragos. Ok, vaso entero de vodka
a palo seco, sin hielo ni nada, que eso es para moñas, en dos
tragos. Y lo hice, claro.
La mejor cerveza de la ciudad.
Entre
ese vaso y la cerveza, por lo menos, hicieron que la cena pasase más
rápidamente, y me acabaron contando anécdotas de cómo era su vida
en pleno régimen, de cómo comprar en una tienda era una pequeña
odisea, de cómo ciertos artículos, como el papel higiénico, eran
bienes preciados, y de las triquiñuelas que hacían para hacerse con
mercancía. De cómo compraban cassettes de música popular del este
de Europa, casi las únicas que podían conseguir con cierta
facilidad, y las hackeaban
para grabar encima otras cosas. De cómo ellos, cuando hacían
carreras de biología y bioquímica, robaban el alcohol etanol para
destilarse sus propios licores. Cosas que sorprenden pero que son
mucho más recientes de lo que pudiera parecer. Yo les conté,
entrado en la euforia del alcohol y la comida a raudales, que también
“era polaco”, por ese cariñoso apelativo que los españoles usan
para con los catalanes... el chiste no les hizo mucha gracia. O no lo
acabaron de entender, quién sabe.
Canciones:
The Vaccines: "If You Wanna"
The Young Lovers: "Barbarella"
Unidades: "Much More"
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