En
el tiempo que llevo escribiendo este blog, y hace ya varios años, he
notado una cierta evolución en los temas a tratar. Siento, en
general, un poco de reparo a la hora de hablar de ciertos libros,
discos o películas, especialmente si se trata de clásicos. A día
de hoy, todo el mundo sabe lo maravillosos que son los discos de Led
Zeppelin, y verdaderamente, dudo que el mundo necesite otra entrada
de blog comentando los detalles que esconden los surcos de “Houses
Of The Holy”, por ejemplo. Así mismo, y también, cosas de la
información de fácil acceso, cualquier novedad editorial,
cinematográfica o discográfica copa referencias y reseñas a los
pocos segundos de ser publicada. A menudo incluso antes de su
publicación. Y ciertamente, no me apetece ponerme con ello, si bien
es verdad que hace tiempo que no consumo muchas novedades musicales o
literarias.
Me
siento de ese modo cuando leo la edición española de la revista
Rolling Stone. En líneas generales, no está mal, si bien me
interesan más los artículos “extra-musicales” que los
propiamente musicales. Me gusta más cuando leo en sus páginas
acerca de moderneces que sus teóricos reportajes estrella, en los
que desgranan ora el “Appetite For Destruction”, ora la
figura de Jim Morrison, siempre aprovechando alguna efeméride,
siempre tirando de tópicos y datos por todo el mundo conocidos. O
por lo menos por quienes hemos seguido a los gunners o a Mr. Mojo
Risin'. Así, cuando hablo en NDK de música o cine o libros,
prefiero hacerlo tratando otros temas no tan, digamos, obvios.
De
modo que ponerme a escribir acerca de los Rolling Stones... puede
parecer una soberana incongruencia con respecto a todo lo que he ido
mencionando. De todas formas, y antes de que me manden al carajo por
pesado, por inconstante y qué sé yo por cuántas cosas más, les
diré que es muy fácil cantar las alabanzas a los Rolling Stones que
publicaban joyas como “Let It Bleed” o como “Sticky
Fingers”. Y sin embargo, hoy la cosa va de un disco que siempre
me ha gustado mucho, al que le tengo un cariño especial: Voodoo
Lounge.
Para
variar, se trata del disco por excelencia de los Rolling Stones en la
década de los 90's. Se habían pasado la década anterior yendo a
salto de mata, más muertos que vivos, con muchos agoreros cantando
el final de la banda. Pero qué mejor muestra de que los Rolling
Stones seguían vivos que firmar un multimillonario contrato con
Virgin Records para cinco discos, en 1991. Sin embargo, lo que
marcaría la historia stoniana ese 1991 fue la huída de Bill Wyman
del grupo. Efectivamente, el bajista al final hizo lo que llevaba
años amenazando, largarse. Sus primeros intentos fueron a finales de
los 70’s, pero siempre le convencían los otros miembros. Claro que
en 1991, Wyman tenía ya 55 años y, sencillamente, no se vio diez
años más viviendo como un stone. De hecho anunció su intención
tras la gira de ese mismo año (Urban Jungle Tour 1991), pero
fue a la firma del contrato cuando todo el mundo se dio cuenta de que
la cosa iba en serio, porque Bill nunca llegó a firmarlo. Mick
Jagger y Keith Richards se sintieron traicionados y se sucedieron
cruces de declaraciones desagradables. A decir verdad, no creo que la
banda, por lo menos musicalmente hablado, se resintiera. Digámoslo
claro, Bill Wyman es un sosainas y tiene menos carisma que un pie de
micro. Buen bajista, desde luego. Buen amigo, especialmente de
Charlie Watts y Ron Wood, también. Pero Bill Wyman era el único
miembro sustituible de la banda. El que salió ganando con la nueva
situación contractual fue Ron Wood, a quien por fin se le reconoció
como miembro activo de la banda. En los contratos, Mick y Keith van a
partes iguales, Charlie se llevaba menos y Ron Wood algo menos que
Charlie, pero era legalmente considerado (y por vez primera tras 15
años de militancia) un Rolling Stone de pleno derecho.
Aunque a algunos les horrorizó, a mí siempre me ha gustado esta portada |
De
modo que había que grabar nuevo disco, y así lo hicieron. En plena
era grunge, The Rolling Stones tenían la osadía de publicar un
trabajo. Era 1994 y lo titularon “Voodoo Lounge”. La explicación
al título la da el propio Keith Richards en su autobiografía, Life.
Una parte de la preparación del trabajo se llevó a cabo en
Barbados. Una mañana, tras toda la noche de tremendas tormentas
tropicales, Keith se encontró con un gatito perdido en una esquina
de la casa donde estaban. El animalillo tenía pinta desvalida y sin
embargo había sido capaz de sobrevivir a las inclemencias. Richards
lo bautizó como Voodoo y el gatete le seguía allá donde
fuera, de manera que designó una estancia para que el bicho pudiera
estar. Y la bautizó como Voodoo's lounge. Ése es, pues, el
origen del título.
Se
puede decir sin rubor que se trata del mejor disco de The Rolling
Stones desde aquél ya lejano “Tattoo You”, y a la postre,
lo mejor que han grabado en estudio desde 1980 hasta la actualidad.
Varias son las razones. En primer lugar, no ficharon a una vieja
gloria como bajista, sino que serían una banda sin bajista entre sus
miembros, usarían un músico de sesión. Adiós Bill Wyman, hola
Daryll Jones. Se trataba de un bajista negro y de bases funky que se
acopló a la sección rítmica sin pestañear. En segundo lugar,
acertaron de pleno con la producción, un sorprendente Don Was (de
los Was not Was) le dotaba a la música de los Rolling Stones de la
pátina de modernidad justa pero necesaria. En tercer lugar,
adoptaron el rol de viejos zorros, de monarquía del rock,
reutilizando sus viejos tópicos, incluso incluyendo referencias al
ocultismo en la carpeta del disco. Cuarto, usaron los medios que el
nuevo sistema musical les ofrecía, y su videoclip de “Love Is
Strong” se vio en todo el mundo bombardeado por la MTV. Y en
quinto lugar, y lo más importante: grabaron una colección de
canciones potente, rockera, con el eclecticismo justo y crearon un
disco que no me cansaré de recomendar. Yo descubrí a los Rolling
Stones con ese disco, no sé ni cuantas veces llegué a escuchar esa
vieja cinta de casette original. Tendría unos catorce años, y
descubría el mundo del rock n' roll clásico, más allá de los
Nirvana, Guns N' Roses, Aerosmith o R.E.M. Aquella tarde había
reunido dinero suficiente para comprar una cinta de casette, el CD
aún no había llegado a mi casa (aunque tardaría poco). Las
opciones eran dos, “Voodoo Lounge” o la BSO de “Backbeat”.
Y sin desmerecer este segundo título, que bien vale la pena,
felizmente me hice con la primera opción.
Yendo
por partes, descubrí este disco con su single inicial, “Love Is
Strong”, con su videoclip, en particular. Este mencionado
primer single ya nos lleva a un rock puramente stoniano, con Mick
volviendo a usar la harmónica. Pero es que el segundo corte, “You
got me rocking” se convierte de golpe en un clásico que no
desentonaría en, por ejemplo, “It’s Only Rock’ n’ Roll”.
No en vano se trata una de las pocas canciones posteriores a 1980 que
han tocado en cada concierto, en sus giras de 1994, 1998, 2002 y
2007. Keith Richards se hace con las riendas en dos temas, en ambos
especialmente inspirado, y que hacen subir enteros a este “Voodoo
Lounge”, se trata de la folkie “The Worst” y un
blues que David Chase y Little Steven rescataron para la banda sonora
de Los Soprano, “Thru and thru” . Y hay más. Baladas más
clasicotas, tex-mex con la colaboración del acordeón más grande de
la frontera, el de Flaco Jiménez, funk en la cachonda “Suck on
the jugular” o rock más cincuentoso en “Mean
disposition”. Sorprendentemente, y en un truco de ilusionista,
esos viejos millonarios ejercen de Stones frescos y originales, y
aunque sabemos que ya no son ni frescos ni originales, el truco les
sale efectivamente bien. En definitiva, uno de los discos que guardo
en mi substrato personal. Lo siento, no puedo ser objetivo con él.
Canciones:
The
Afghan Whigs: “I Keep Coming Back”
Curtis
Mayfield: “Pusherman”
Mark
Lanegan: “The Gravedigger's Song”