domingo, 9 de octubre de 2011

Kar en Polonia


Como hacía tanto tiempo que no me asomaba a estas páginas, he hecho muchos viajes sin haber dado cuenta de ellos por aquí. Y lo haré, a su debido tiempo, porque sé que en el fondo os gusta esta tontiguía Lonely Planet para viajeros tarados. Pero ahora toca uno de los últimos que hice, hace apenas unos días, a Polonia, y más concretamente, a Varsovia, como bien reza el título de la entrada, que se me ha ocurrido en un alarde de originalidad, al más puro estilo Asterix (Asterix en Hispania, Asterix en Bélgica, Asterix en La India, etc…).

Una vez más, fueron circunstancias laborales las que me llevaron a Polonia. Así que allí estaba vuestro buen amigo Kar, pegándose el madrugón de su vida, para viajar, vía Munich, a Varsovia. O lo que es lo mismo, de El Prat a el aeropuerto Franz Josef Strauss, y de éste, al aeropuerto Frédéric Chopin. Que digo yo, al aeropuerto de Barcelona podrían llamarle, siguiendo el ejemplo, Aeropuerto Albert Pla, o Aeropuerto Raphael.

Y como quiera que no me voy a parar en detallar las circunstancias laborales que me llevaron la mayor parte de los 5 días que por ahí estuve, la cosa se reduce a poco tiempo. Afortunadamente tenía el hotel bastante céntrico, y podía caminar tranquilamente a muchos sitios, comenzando por el centro histórico de la ciudad, que, lo digo aquí y ahora, es lo único que realmente vale la pena. En un paseíto no excesivamente largo me plantaba en la zona céntrica, eminentemente peatonal. Se trata de un área con ese estilo de ciudad centroeuropea, pero que nadie se lleve a engaño: la mayoría es reconstruido… intentando mantener el encanto, sí, pero reconstruido, ya que la ciudad quedó derruida tras la Segunda Guerra Mundial.


Reconozco que me encanta la aplicación Instagram del iPhone!! Centro de la ciudad.

Mi contacto en el país era una señora polaca con una manera demasiado seca, directa, casi borde de decir las cosas, por lo menos en inglés. Lo atribuyo, por lo menos, a la incomodidad en esa lengua. De todas formas, desde fuera, y para un extranjero como yo, el polaco es un tipo que parece estar permanentemente cabreado. Es esa particular sonoridad del idioma, supongo. Se trata, por supuesto, una visión simplista, sencillamente, una sensación que tenía.

En la ciudad, pocos vestigios previos a la guerra quedan. Por ejemplo, del clásico y mencionadísimo Ghetto Judío de Varsovia no queda nada. Fue arrasado, y en su lugar, se construyeron bloques de pisos, en lo que es una constante en gran parte de la ciudad, el típico bloque de las ciudades comunistas, feo y gris. Por otro lado, la zona más de negocios de la ciudad cambia esa constante gris por la frialdad de grandes edificios de oficinas y hoteles, que contrastan con los bloques comunistas y con ese tranvía que atraviesa las calles y retrotrae, automáticamente, a 30 años atrás. Y de fondo destaca el Palacio de la Cultura y la Ciencia, joya del progreso comunista, un regalo de la URSS, también conocido como el Palacio Stalin. Altísimo, el más alto del país y de los edificios más altos de Europa, es interesante para verlo iluminado cuando cae la noche.


El Palacio Stalin (una vez más, instagrameado)

No deja de resultar curioso que en un país con el comunismo tan reciente, tengan el catolicismo tan enraizado. Varsovia es una ciudad con muchísimas iglesias, a cada esquina, y con constantes referencias, fotos y recuerdos al dichoso papa Wojtyla, una especie de héroe nacional, a la altura de Messi o Axl Rose para ellos. No quiero olvidarme de mencionar lo guapas, en general, que son las chicas de Varsovia.

Y llegado a este punto, me permitiréis una confesión. Yo soy un tipo ruín y poco dado a la sociabilidad. Por eso siempre encuentro incómoda, en mis viajes, la típica situación de cuando tu anfitrión se ve, de algún modo, forzado a sacarte a cenar. Por un lado, se agradece, más que nada porque te llevan un buen sitio, te muestran algo interesante del lugar donde estás, te explican cosas… por otro lado, yo suelo disfrutar más acabando mi jornada y yéndome sólo a pasear, a callejear, a ver lo que me apetece cuando me apetece, acertando a veces, otras veces no. Entendedme, en esta clase de “eventos sociales”, compartes mesa y mantel con tipos con los que, al final, acabas charlando de trabajo, por lo menos en el ochenta por ciento de las ocasiones. Y claro, después de todo el día de trabajo, lo último que me apetece es alargarlo a la noche. Lo doy, sin embargo, como algo más o menos inevitable y que trato de disfrutar como puedo. Pero siempre a regañadientes, lo reconozco: soy así de rancio.


Aunque pueda parecerlo, no hacía de stalker de esa pareja.

En esta ocasión iba yo con mi contacto, la polaca que mencionaba anteriormente. Y con tres tipos más, dos de ellos ex militares. Me llevaron a un restaurante en la zona de los bloques comunistas, una especie de restaurante turístico temático basado en el pasado comunista pro soviético del país, llamado algo así como “La Taberna del Cerdo Rojo”, donde un “cerdo rojo” era, en argot, un colaboracionista del régimen. La comida es bastante pesada, basada, principalmente en carnes, y con los entrantes, me traen un vaso, del tamaño, digamos, de un vaso-envase de Nocilla, lleno con un líquido transparente muy frío que acaba siendo lo que sospechaba: vodka. Aquí el vodka y los las bebidas de muchísima graduación están a la orden del día. Y yo, que soy hombre de pocos alcoholes, vamos, que no soy Keith Richards, precisamente, le pego un sorbito de vieja, de compromiso. Ellos me miran, riéndose, y me dicen que no, que eso se bebe de dos tragos. Ok, vaso entero de vodka a palo seco, sin hielo ni nada, que eso es para moñas, en dos tragos. Y lo hice, claro.


La mejor cerveza de la ciudad.

Entre ese vaso y la cerveza, por lo menos, hicieron que la cena pasase más rápidamente, y me acabaron contando anécdotas de cómo era su vida en pleno régimen, de cómo comprar en una tienda era una pequeña odisea, de cómo ciertos artículos, como el papel higiénico, eran bienes preciados, y de las triquiñuelas que hacían para hacerse con mercancía. De cómo compraban cassettes de música popular del este de Europa, casi las únicas que podían conseguir con cierta facilidad, y las hackeaban para grabar encima otras cosas. De cómo ellos, cuando hacían carreras de biología y bioquímica, robaban el alcohol etanol para destilarse sus propios licores. Cosas que sorprenden pero que son mucho más recientes de lo que pudiera parecer. Yo les conté, entrado en la euforia del alcohol y la comida a raudales, que también “era polaco”, por ese cariñoso apelativo que los españoles usan para con los catalanes... el chiste no les hizo mucha gracia. O no lo acabaron de entender, quién sabe.

Canciones:

The Vaccines: "If You Wanna"
The Young Lovers: "Barbarella"
Unidades: "Much More"


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